Errante

 

Mirar adentro es contemplar el abismo oscuro que se alimenta de mis buenos momentos desde siempre. Mi interior es tormentoso, siempre poblado de nubes negras y tormentas. Los demás, los que me observan desde fuera de las barreras y murallas que he levantado a mi alrededor, lo consideran excesivo. Dicen que el dolor es solo drama y que no valoro las cosas valiosas de la vida. ¿Acaso hay algo de valor que merezca la pena ser vivido?

El tedio es tan material y real como mi propio cuerpo. Lo toco, está acá conmigo escribiendo ahora. Es un ser material, consejero, artista, poeta y excelente conversador. Habla mucho, el problema es que suele interrumpirme y hablar a través de mí. Aparte de eso es un excelente huésped; me recuerda lo solo que estoy, lo solo que todavía puedo alcanzar a sentirme y es celoso, no le gusta que comparta esta soledad con nadie.

Algunas veces trata de sabotearme trayendo pensamientos y recuerdos oscuros en mis momentos más brillantes. En otras ocasiones, se ocupa de sembrarme la duda al respecto de personas y sentimientos que son tan claros como el cristal, pero al momento de posar sus dedos raquíticos sobre mí, me convierte en el ser hermético oculto detrás de la culpa y el miedo.

Mi tedio es un caminante, me acompaña allí donde vaya. Es selectivo, pues no se muestra con cualquiera, aunque le gusta que le brinden la confianza. Tiene un excelente sentido del humor; nada como burlarse de sí mismos para que los demás no tomen en serio el hastío por la vida que se siente constantemente. Pido ayuda a través de mis palabras, pero solo recibo comentarios y observaciones. No se dan cuenta de que no puedo revelar la existencia de esto que me habita, porque acabaría el mundo compadeciéndose y soy demasiado orgulloso como para resistir las miradas lastimeras de los demás.

Me consume, cada día me habita, entra en las habitaciones de mi pensamiento y las hace suyas. Llena los espacios, los marca, se apropia y los reclama como su nuevo territorio. A menudo le hago trucos para ocultarme bajo sus narices, es cuando me doy cuenta de que la situación es crítica, porque me oculto de mis propias debilidades y me hallo sin escape en medio de sus dominios. Eventualmente desapareceré y el tedio tomará el control, hasta entonces, solo me queda respirar, disfrutar de la caída en picada al abismo.

Sin saberlo, ya no estoy en el borde, sino cayendo. En la caída percibo una silueta: soy yo, me observo caer, la silueta esboza una sonrisa burlona: no soy yo, el tedio ha vencido.



Jaime Villada Vélez - Saeta Roja

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