Onírico

Pasaron meses desde la última vez que te dignaste aparecer en mis sueños. Creí que ya habíamos superado esta fase, en donde la culpa se hace tan pesada que solo puedo estar en cama porque me duele despertar con ese vacío en el pecho producto de tu ausencia.

Te soñé una vez más y te vi sonriéndome. Parecíamos felices. Recordé el sonido de tu voz, de tu risa, recordé la forma de tu cuerpo y la sensación de la cercanía con tu piel y fui feliz. Sin embargo, el sueño se tornó en realidad cuando traté de acercarme a tus labios, cuando intenté acariciarte, te resistías, me mirabas con duda, con desaprobación, supe que no era la forma correcta y que este sueño se estaba convirtiendo en pesadilla.

En mi sueño intentaste huir, alegabas no estar preparada y te comenzaste a marchar, pero ocurrió algo que en la realidad me hubiera gustado que pasara: regresaste, dijiste que lo habías reconsiderado y que estabas dispuesta a estar conmigo. Como siempre fui un idiota que da por sentado lo que merece, sin considerar el juicio de los demás, y te aparté diciendo que ya era imposible, que debías irte, que no estaba dispuesto a continuar. Solo me miraste nuevamente con la resignación de quien sabe que ha perdido su oportunidad y diste media vuelta y me dejaste una vez más con esta sensación de soledad que solo tú sabes provocarme. Fue curioso porque esto último se sintió más real que cualquier otra cosa. Desperté conmocionado, como si en verdad hubieras estado en mi habitación, como si fuera posible alcanzarte yendo a la puerta de mi casa y detenerte, pero esta maldita sensación pesaba, y dolía pensarte siquiera. Es inevitable recrear un sueño cuando ha sido tan lúcido, cuando las emociones que viviste te hicieron estremecer, incluso desde el inconsciente.

Una vez más eres esa sombra que recorre las habitaciones de mi mente, te vas apropiando de todo y entonces sabes que soy tuyo sin importar cuánto tiempo estemos distanciados y cuántas veces intente apartarme.

Vienen a mi memoria esos intentos frustrados por acercarme a ti. Las palabras agudas que lanzaste para alejarme. Viene también esa noche en el bar, cuando por fin, sentí tus labios, tus besos salados por las lágrimas, mi oportunismo relucía más que la luna, ese contacto directo sintiendo tu respiración, tu aliento, me hizo estremecer desde la punta de los pies hasta el alma, me sentí invencible, irreal. Beso tras beso la sensación era más profunda y sentí que podría lograrlo, que sería feliz a tu lado y te haría tan feliz como fuese posible. Sabía la forma en que me sentía contigo y quería saber lo que pensabas, si al menos me querías un poco como yo te quería a ti. Esos recuerdos solo hicieron más doloroso este despertar.

Por favor, déjame sufrirte en silencio, como lo he hecho siempre. Una vez más estoy acá, desperdiciando párrafos y letras en este amor imposible que pareció ser y no fue. Porque alguna vez te dormiste con mi voz, y alguna vez desperté con el alma brillante, con la vida renovada, con la sensación de ser capaz de imposibles, y choqué nuevamente contra el frío muro blindado de tu indiferencia, de tus miedos, de tus límites.

Por favor, déjame vivir tu duelo, pero no te vayas, porque esta sensación de soledad se hace inmensa si te vas. Déjame vivirte en mi mente, en los espacios en donde fui feliz, en donde sentí que pudimos estar juntos, pero no me traigas los recuerdos de lo real, que yo quiero soñarte.





Jaime Villada Vélez - Saeta Roja

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares