Distancias

 En la infinita lucha de las causas perdidas, dos amantes juegan tibiamente a buscarse y encontrarse. Ambos son tan mortales, tan plenamente conscientes de que su fin se acerca... Cada día es uno menos para vivirse, entregarse y amarse. Cada encuentro, cada momento, cada espacio y palabra las viven tan ardientemente que los dioses los envidian. La humanidad vive en espacios tan cortos, ellos han apuntado su esfuerzo a amarse más allá del pensamiento, a construir juntos el amor más grande en los espacios que dejan las circunstancias más adversas. Buscan amarse sin tocarse, sin verse, sin hablarse, y lo más inconcebible de todo - ¡Tiemblen, románticos! - Es que lo hacen. El amor no se trata de morir por el otro, sino que está dispuesto a vivir por el otro.

 

Los amantes están condenados a verse a través de las rejas, las cadenas limitan sus contactos y tratan de tocarse; rotundo fracaso. La distancia que los separa de la felicidad absoluta son unos escasos milímetros, pero en ese espacio caben todas las dudas y los miedos y la distancia se incrementa. Se lastiman intentando recortar su brecha, pero si no lo intentan al menos, tendrán que conformarse con la existencia apartados mutuamente.

 

El soñador ahora es sonámbulo y camina perdido, toca las paredes para no tropezar de frente contra ellas. Avanza a tientas, como buscando sin saber lo que busca. Evita los abismos, pero va de frente hacia ellos. Ha pasado tanto tiempo con sus ojos cerrados que la oscuridad se siente familiar. La luz lo encandila, es uno de los cautivos en la caverna y va hacia la luz, y siguiendo esa metáfora, se hartó de los espejismos y camina con prisa hacia lo real, pero la luz exterior acabará por cegarlo, y todo aquello que brotó de su curiosidad se convertirá en la incapacidad obvia de disfrutar de su claridad, como si no fuera posible ver con los ojos y atisbar con la escucha.

 

Ambos se aferran a la idea de un futuro mejor, como si tuvieran la certeza de que les espera una vida juntos. Una ilusión tan absurda e irracional solo puede justificarse en el amor, en uno tan profundo, tan ciego y tan amplio que elimine las barreras del tiempo y la distancia buscando sobrevivir. Pero no se puede pretender que el amor sea medido desde la lógica. El amor es un lenguaje propio y como lenguaje determina su propia realidad. Ambos son la medida perfecta del otro; para él, ella es su redención, su reinicio, la posibilidad de hacer las cosas mejores y el amor que siempre buscó; para ella, él es paz, calma en las tormentas, refugio, hogar, confianza. Son complementarios porque ambos carecen de tanto que comparten sus soledades. Quizá el amor sea eso: compartir la soledad.







Jaime Villada Vélez - Saeta Roja

Para mi Señorita Dorada

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